En la década de los 70, a la edad de
veinte años, trabajaba en una pequeña taberna familiar en un pueblo, el suyo,
de poco más de 5.000 habitantes. Los domingos, engalanado con el traje sastre
entallado y corbata, recogía a su novia de larga melena y, después de misa,
daban largos paseos por las calles; entonces, los ancianos que se pasaban la
tarde sentados en los bancos a la sombra de los árboles, cuando los veían pasar
comentaban entre sí: “ése llegará lejos”.
En los años 80 era ya el alcalde de ese
pequeño pueblo, elegido democráticamente por sus convecinos en plena
Transición. En los primeros tiempos de su mandato escuchaba y cumplía los
informes y asesoramientos de especialistas antes de adoptar decisiones
transcendentes, después, argumentando que le respaldaba una amplia mayoría, los
obvió –o forzó a que coincidieran con sus planes– y, así, el alcalde inició su
particular forma de entender el socialismo, sobre todo cuando aplicaba
programas de empleo agrario y de planeamiento urbanístico.
Para los 90 había sido reelegido varias
veces, aunque ya sin mayoría absoluta y, con el fin de mantenerse en el poder,
pactaba, unas veces, con IU y, otras, con el PP; según. De este modo acabó siendo
experto de los entresijos de la política, erudito de las formas y modos de captar
votos, hábil para pactar en las antesalas de la alcaldía, aprendió también, a
ser docto de casi todos los temas, afable con sus semejantes y complaciente con
los que ejercían un poder, del tipo que fuera. Sin embargo, a consecuencia de
un procedimiento judicial por concesiones indebidas de licencias para
construir, fue obligado a dimitir del cargo, con la advertencia de desacato si
persistía en el mismo. Dejó por ese motivo, temporalmente, aparcada la política
y abandonó el pueblo.
En el actual siglo, sin que nadie lo
hubiera visto jamás en ninguna universidad ni examinarse de asignatura alguna,
fue contratado, al poseer la titulación universitaria exigida, por una empresa
pública de la Comunidad Autónoma. (En el pueblo se comentaba que no llegó a acabar
el bachiller y que, por tanto, sólo poseía el certificado de estudios
primarios). La empresa pública para la que fue empleado se dedicaba al Medio
Ambiente y su cometido consistía en realizar tareas comerciales en todo el
ámbito territorial de la Comunidad, especialmente ante las Corporaciones
Locales, entidades que tanto conocía. Para realizar su función le asignaron un
coche oficial, además, cobraría, aparte de una buena retribución, un porcentaje
por cada contrato que se firmara. El que en una época fuera un simple alcalde
de una pequeña localidad rápidamente progresa tanto económica como
socialmente, pues los amigos se contaban por miles y las noticias
que le llegan son muy bondadosas porque el Tribunal Supremo le absolvió de los
delitos urbanísticos a los que había sido condenado tanto en primera como en
segunda instancia.
Hoy, domingo, acaba de llegar con un Audi A8, a la terraza de un bar del
mismo pueblo del que fue alcalde; su aspecto físico, como es lógico, ha
cambiado, ya no viste de traje y corbata, ahora luce cierto estilo casual,
exento de formalidad, apto para acudir a una reunión o para salir a tomar una
copa con cualquier amigo de los muchos que posee. Ha saludado a todo el mundo y
se le ha preguntado, aunque era evidente, que cómo le iba. Algunos le han
sacado la conversación de su vuelta a la política, donde va de candidato a las
elecciones europeas, él les ha respondido que el gusanillo de la cosa pública
lo ha llevado siempre dentro; además, afirma, aún hay bastantes cosas por
hacer. Cuando va a despedirse confiesa: “De lo que más orgulloso me siento es
de mi época de alcalde porque yo le he quitado el hambre a la gente a
manotazos”.