Si el premio Cervantes,
instituido en 1976, tiene por objeto reconocer la obra global de un autor en
lengua castellana cuya contribución a la cultura hispánica haya sido decisiva,
entre los premiados debe estar un autor: Ian Gibson.
Gibson ha dedicado toda su
vida, al igual que otros muchos, a la cultura hispánica. En Dublín se licenció
en Literatura Española, después impartió clases en Belfast y Londres, y es allí
donde comienza su tesis sobre Rubén Darío, siendo publicada parte de esa
investigación por la prestigiosa Revista Hispanoamericana de Nueva York. A
partir de los años cincuenta viaja esporádicamente a este país, hasta que, en
1975, se traslada aquí definitivamente. Para entonces ya había publicado, en
París, una obra prohibida en España: La represión nacionalista de Granada en
1936 y la muerte de Federico García Lorca. Sus numerosos estudios sobre Lorca y
su época son los que, justamente, en mi particular opinión, le hacen ser
merecedor de tal significación.
García Lorca ha sido, y
sigue siendo, su gran pasión aunque, desde luego, no es la única. Basta echar
una mirada a su bibliografía, destacándose de modo especial, la novela La
berlina de Prim, con la que ganó el premio Fernando Lara.
Lorca es su pasión pero,
también, su preocupación. La fascinación por Lorca le ha arrastrado a otras
investigaciones, así, ha publicado libros sobre José Antonio, Queipo de Llano,
Antonio Machado, Dalí, Calvo Sotelo, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández,
Buñuel… etc., lo extraño es que no se haya interesado nunca por Alberti. Él
sabrá el porqué. Y es que, como Gibson sostiene, todo lo que hay alrededor de
Lorca es oceánico y hay trabajo para los biógrafos durante siglos.
Al leer a Gibson nos lo
podemos imaginar, inmerso en su proceso de creación, viajando de aquí para
allá, entrevistando y grabando en un magnetofón las declaraciones, abstraído
delante de un archivo público o privado, nervioso por lo que ciertos documentos
-a veces ilegibles y guardados desde hace años- le puedan aportar, o nos lo
suponemos tomando notas de ciertos detalles, visitando hemerotecas y rebuscando
qué noticia sería interesante o esconde el terrible drama. Después, podemos
visionarlo en la soledad de su casa, comentándole a Carole, su mujer, los
avances del día y, esparcidos los documentos sobre la mesa, escudriñando una a
una las fotocopias de los legajos o las palabras o silencios de las entrevistas
y entrelazando datos para llegar a ciertas conclusiones, pues sólo a través del
análisis pormenorizado puede llegarse a descubrir lo que realmente ocurrió. En
alguna entrevista él afirma que la investigación sobre García Lorca le cambió
su vida, pero lo que podemos certificar es que, leyendo sus libros, también nos
la cambió a nosotros, sus lectores.
Sin embargo, Lorca no es
sólo su pasión, es también su dolor, y se trasluce, sobre todo, en la búsqueda
de los restos de Federico en la que, por cierto, ni los responsables de la
Junta de Andalucía, ni la Asociación para la Memoria Histórica de Granada le
han consultado antes de abrir las fosas. ¿Cómo puede ser eso posible, cuando
Gibson es el principal investigador de Lorca?
Gibson, con un pesimismo
realista, ya ha manifestado que no cree que encuentren los restos de García
Lorca porque si se encuentran la atención del mundo se centraría en la guerra
civil, tema aún no resuelto. En Andalucía, en el caso de Lorca, han hecho justo
lo contrario de lo que debieron hacer: instruirse desde el primer momento con
los investigadores y no prohibirles estar presentes en las excavaciones. Para
los que no entiendan que se deba luchar por la recuperación de la Memoria
Histórica basta una frase de él: no es acrecentar el odio sino apaciguar el
dolor.
Se le ha achacado a Gibson
por ciertas personas, en concreto por Rafael de Mendizábal, que ha vivido toda
su vida de Lorca. Conviene indicar que Mendizábal fue el fundador de la
Audiencia Nacional, órgano judicial sucesor del temido Tribunal de Orden
Público, creado en pleno franquismo. Pero si Gibson ha vivido toda su vida de
Lorca, lo cual no es verdad, como hemos tenido ocasión de ver, Mendizábal sí lo
ha hecho de su profesión, la judicatura, siendo tan digna la profesión de juez
como la de escritor.
Quizás Ian sea un poco
también como Federico, que todos lo admiraban pero, en el fondo, era un ser un
marginado o puede que, como decía Unamuno, España sea simplemente una
madrastra. De cualquier modo, Gibson tiene otra cualidad: ve gaviotas en los
cielos de Madrid aunque muchos ignoren que lejos del mar también viven.
Rosa Burgos.